En la actualidad, el término “compliance” entendido como el conjunto de medidas de cumplimiento normativo por parte de las empresas en sus diferentes áreas. dejó de ser un concepto técnico exclusivo del área legal-corporativa para convertirse en un factor de gran relevancia en lo concerniente a la relación empresa-consumidor, sufriendo un notable cambio con la concepción tradicional que asociaba el término a la prevención de riesgos legales.
Las generaciones jóvenes (como millennials y Generación Z) están adoptando una posición más crítica sobre lo que consumen. No se limitan a evaluar la calidad o el precio de un producto, ahora ponen en consideración el cómo actúa la empresa. Aspectos como la sostenibilidad, la ética empresarial, la diversidad o el respeto a los derechos humanos se han convertido en un factor determinante al momento de elegir una marca.
En este nuevo contexto, el compliance adquiere un papel estratégico que merece un análisis propio de adaptación a un nuevo paradigma empresarial cada vez más competitivo en el que un programa sólido de cumplimiento, además de garantizar un óptimo cumplimiento normativo, también demuestra el compromiso con valores (como la transparencia, la integridad y la responsabilidad social) que el nuevo público considera valiosos, creando así una reputación sólida y sostenible en el tiempo.
En los últimos años, el “Cruettly Free”, el “Greenwashing” y los derechos laborales han sido algunos de los temas más sonados en las redes sociales (especialmente TikTok e Instagram) en cuanto a empresas grandes se refiere, puesto que, los consumidores cuestionan cada vez más “¿qué es lo que hay detrás de aquello que consumimos?”, y esta conversación está generando un importante movimiento en las empresas, invitándolas a repensar sus modelos de compliance y sus prácticas internas debido a las consecuencias instantáneas que puede conllevar algún escándalo de gran magnitud, sin embargo, más allá de tomar acción en vista de las consecuencias reputacionales y las sanciones normativas que puede provocar la ausencia de un marco de compliance en este nuevo escenario globalizado y conectado, la perspectiva debe encaminar a las empresas a establecer un modelo preventivo desde los reglamentos, procedimientos e incluso, contar con un equipo profesional encargado exclusivamente de evaluar el compliance de forma integral en los diferentes sectores; invertir en estas medidas implica invertir en el futuro y la estabilidad, permitiéndoles incluso, procedimientos de expansión más efectivos.
En este margen, insertar una cultura de compliance en el ADN empresarial que parta desde el cumplimiento de la ley y se complemente con códigos de ética, valores claros y modelos de responsabilidad social puede resultar más beneficioso a largo plazo para construir una sólida identidad empresarial que esté a la altura de un contexto cada vez más globalizado y conectado en el que la falta de transparencia o los escándalos pueden tener consecuencias irreparables para la reputación de una empresa.